La vigencia del caudillo. Escribe Saúl Piña

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El 19 de junio de 1764 nacía en Montevideo el más grande y creíble caudillo oriental: José Gervasio Artigas. De purísimos orígenes hispanos este joven recibió una esmerada ilustración y educación en el seno de su hogar y sus maestros franciscanos. De colaborar en las tareas a su padre en "Casupá" nació su interés por la campaña, en tiempos donde el escenario era abierto, cimarrón, convocando al trabajo y al compromiso con la familia.

Artigas recibió la espartana escuela de los auténticos gauchos, templando desde muy joven su cuerpo, su espíritu y su carácter. Las circunstancias lo pusieron desde temprano en su vida contra las inclemencias del campo, los portugueses, el malón indígena, la soledad y además el silencio, cuya práctica en el hombre cultiva el templo interior y armoniza el espíritu, siendo una sabia herramienta para la aventura de vivir.

Artigas integra en plenitud la identidad del Uruguay, y muchos historiadores han buscado cual es la causa de esa extraña insólita proyección y de su permanencia sin límites. Es evidente que la devoción artiguista no nace de un sentimiento religioso, irracional o ciego, como tampoco de ideologías que llegaron de otras tierras. 

Es la adhesión consciente a un ideario que encarnó como ninguno y que con sus actos, forjó para los uruguayos una individualidad nacional propia e indestructible, que ha sido y seguirá siendo, el gendarme de las instituciones, contra los grupos que han violado la Constitución.

Nos legó la firme idea de que la democracia es la máxima pureza como especial concepción del mundo. Puso énfasis en el repudio de la violencia, asegurando que la moderación de los espíritus mueve a contener a “los hombres en los límites del deber” y lleva a evitar “derramar inútilmente la sangre preciosa de los americanos”. 

Artigas quería una independencia con pueblos y hombres libres, iguales “en presencia de la ley”, donde no quedara ni el recuerdo de la “maldita costumbre de que los engrandecimientos nacen de la cuna y los humildes sin más delito que su miseria”, hallarán la debida protección.

Aspiraba a un país donde la tierra de producción llenara una función social y de estímulo en beneficio del campesino laborioso. Soñaba una independencia con escuelas y bibliotecas que fomentaran la ilustración del pueblo sin doctrinas deformadoras.

El héroe que solo triunfa, tiene su bronce rodeado de silencio cuando sus victorias cesan y las de otros llegan. El héroe que triunfa y enseña cosas tales como: “Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa ante vuestra  presencia soberana”, o “Clemencia para los vencidos”, vive en el recuerdo y en la sangre de los ciudadanos y el rumor de la vida, en vida trasmuta su muerte.

Decía José Enrique Rodó sobre Artigas: “Trabajó en el barro de América, como allá en el norte Bolívar; y las salpicaduras de ese limo sagrado sellan su frente con un atributo más glorioso que el clásico laurel de las victorias”.

José Artigas fue en América uno de los que trazó las cifras del evangelio republicano y su vigencia permanece en el corazón oriental.  IR A PORTADA 

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