El valor de la Constitución. Escribe Saúl Piña

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El 18 de julio de 1830 se juró la Constitución y desde ese día la fecha marcó una significación histórica trascendente en el destino de la nacionalidad. Son pocos los acontecimientos que pueden tener mayor relevancia de conmover en profundidad a los ciudadanos de aquellos hechos que como el que nos ocupa, señala el día solemne y glorioso en que la Patria investida de los atributos de la libertad y la soberanía, entró en el concierto de las naciones igualmente libres y soberanas del mundo.

Fue una jornada de extrema felicidad y mucha gloria para el pueblo oriental, lo fue para las generaciones protagonistas, lo sigue siendo para las actuales y lo será para las futuras, porque ese 18 de julio del 30 los orientales consolidaron sus afanes de independencia y soberanía y con la Constitución, “Las seguridades del Contrato “ que mencionaba Artigas. 

No debemos ignorar que la Constitución democrática, libre y republicana que el Uruguay se dictó no surgió de la casualidad, ni de la copia caprichosa de textos extranjeros, ni de ninguna otra causa que no fuera la vocación natural de nuestras mujeres y hombres inspirados por el pensamiento del Padre de la Patria. El texto de la Constitución –que muchos deberían leer--nos distingue en América, y defiende de la tentación de importar modelos o fórmulas provenientes de contextos ajenos a nuestras raíces.

El proyecto de Constitución lo elaboró una comisión designada por la Asamblea Constituyente, integrada por distinguidas personalidades, que cumplieron un sacrificado esfuerzo y enfrentando fundamentales escollos. Si bien no fue perfecto, se concretó en una obra inteligente, patriota; recogiendo en su texto, los principios esenciales que habían dado carácter a la nacionalidad. 

Han trascurrido 194 años, pero la sabia y sacrificada tarea de aquellos Constituyentes, tiene total vigencia y tiene hoy carácter de mensaje: “No esperéis que ella repare instantáneamente los males que nuestra sociedad ha experimentado. No, no es ella solamente la que ha de traernos la tranquilidad interior y la libertad.-

Es preciso que nosotros le sacrifiquemos las aspiraciones, que nos prestemos gustosos a cumplir la ley y nos opongamos con firmeza al que intente traspasarla”.

Son tiempos de ausencia de fraternidad y tolerancia, por lo que debemos levantar la mirada bien altos, para encontrarnos con la Constitución que nos marca con fuerza y vigor la luz del camino. Constitución que nos obliga a los orientales a estar de pie y a la orden en la cotidiana siembra de la unión, rechazando la convivencia sin principios de justicia y poniendo más énfasis en la armonía social que en la división. 

Debemos esforzarnos para combatir la decadencia cultural, que es la causa fundamental de nuestras desgracias. No es lógico que los uruguayos nos enfrentemos, olvidando que nuestros ancestros nos legaron un país para la armonía y el sentido natural de la proporción.

La Constitución del 30 se escribió para ascender y trascender y no para el estanco. La Carta Magna es un manantial inextinguible de valores y códigos que son herramientas para la convivencia social. 

Reflexionemos sobre lo que este sagrado texto contiene, recordando que cada vez que el despotismo ha pesado sobre el país, ha tenido que atropellar para ello los principios en la Carta Magna, cuya luz sigue iluminando la vida del destino democrático nacional.   IR A PORTADA 

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