Venezuela: tenemos fe en el futuro. Opina Saúl Moisés Piña
Es de naturaleza humana dar a veces todo por perdido, tanto en casos personales, de nuestros semejantes e incluso de países que enfrentan gobiernos corruptos y nefastos. Deja un sabor amargo el tormento de la impotencia y de no ver el futuro y pensar claro.
En esas visiones de elevado pesimismo ante situaciones límites, naufraga atrozmente, la motivación del espíritu la llama de los sueños, que se llama fe. Es fundamental controlar el negativismo frente a la opinión de los que no piensan como uno, porque pensar que la verdad la tengo yo y no creer en la capacidad ajena para entender razones, para rectificar rumbos, para servir desinteresadamente, o para lo que sea, es pensar demasiado mal de la condición humana.
Afirmaba Confucio que “hay que tener conciencia del centro y de la igualdad"; es decir, comprender que si el espíritu de cada uno es el centro desde el cual mira el universo, el otro, que también tiene figura humana, algo de igual a uno, ha de poseer en su pensamiento o en su sentimiento. Y algún derecho igual al de uno debe, por lo tanto, reconocérsele.
Pero también será lamentable, en la medida que se rompan los puentes naturales, que tiende ese calor humano, ese sentimiento de fraternidad con calidad de hermano, que nace desde las entrañas, y que en toda nación civilizada hace, que más allá de las religiones, las morales y la política; se lesiona esa regla de conducta de amar al semejante y no hacer con él lo que no querríamos que se hiciera con nosotros. Si se instala ese sentimiento en una sociedad, propiciará a formas fanáticas de fe en falsos pastores o en mitos, pero no fecundará en sendas de creaciones positivas para todos.
El hermano pueblo de Venezuela enfrenta una injusta situación donde prevalece la falta de libertad, la corrupción, la prisión para opositores, la falta de comida y de medicamentos. Casi 3 millones de venezolanos han huido del país, buscando mejorar su calidad de vida.
Esto no puede ser ignorado por la Democracia del mundo, que integran la nómina de firmantes de la Declaración de Derechos Humanos de 1948.
Este compromiso fue avalado para enfrenar las explicaciones teológicas que justificaban en su origen divino el poder despótico de los monarcas absolutos.
Filósofos iluminados dieron nacimiento a la teoría de los derechos individuales, considerándolos naturales, e inalienables, pertenecientes a todo ser humano por su simple condición de tal y oponentes a todo intento de menoscabo de la dignidad, vida y honor de los hombres, viniera de la tierra como del cielo.
El pueblo uruguayo deposita la fe en el futuro de una pronta solución al grave problema institucional que se vive en la tierra de Bolívar; avalado con el legado tolerante y fraterno que nos dejó Artigas, quien con sus dichos y sus hechos, trazó un camino de hermosa tradición, para que se busquen, tanto aquí como allá, las soluciones correctas de armonía y felicidad, en beneficio de todos los pueblos.