Aumentan los casos de niños con tuberculosis

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El segundo piso del hospital Pereira Rossell tiene un largo pasillo de paredes blancas y médicos de túnica que van y vienen, como en cualquier hospital. A través de los postigos de una de las habitaciones de internación se escapa una tos aguda que se confunde con un llanto, como en cualquier hospital pediátrico. 

Es el sonido y queja de una bebé de cuatro meses a la que le acaban de diagnosticar tuberculosis. A unas camas de distancia —paredes y aislación de por medio— hay otra niña con la misma enfermedad. Y unos metros después, otra. Eso no sucede en cualquier hospital, al menos no en uno uruguayo desde hace más de treinta o cuarenta años.

La tuberculosis, la enfermedad infecciosa curable que más muertes causa, era desde hacía décadas una rareza dentro de las fronteras uruguayas. Pero en los últimos años la cantidad de enfermos viene en aumento: en especial entre los más jóvenes, en particular entre los niños, y aún más entre los niños menores de cinco años.

"El dato es alarmante, sobre todo teniendo en cuenta que los niños tienen un aparato inmunitario aún en desarrollo y son más susceptibles a una enfermedad grave que compromete la vida", dice el pediatra y microbiólogo Álvaro Galiana, responsable del tratamiento de los infectados en ese segundo piso del Pereira Rossell.

Según las cifras preliminares de la Comisión Honoraria para la Lucha Antituberculosa, en 2018 fueron detectados en el país 48 casos de niños con tuberculosis. El dato confirma que desde 2013, con ciertos altibajos, la tasa de infectados triplica a la registrada una década atrás. Y en el caso de los más pequeños la quintuplica.

La bebé que tose en el segundo piso del Pereira Rossell entrará en la estadística de 2019. Lleva la mitad de su vida (dos meses) con la enfermedad y estará en tratamiento con cuatro antibióticos (si no hay mayores complicaciones) el triple de la edad que tiene hoy. Los médicos se enteraron de su diagnóstico por casualidad, cuando supieron que al padre de la pequeña —un joven de 18 años, adicto a la pasta base y que no convive con su familia— le acababan de dar el alta del hospital Pasteur tras confirmar que padece tuberculosis.

Más difícil aún fue el diagnóstico de la niña de 12 años que está en otra habitación. El doctor Galiana prefiere no profundizar en el caso —por eso del secreto profesional—, pero explica que se trata de un caso de tuberculosis que afecta el sistema nervioso central, que actúa como si se hubiese reseteado una computadora y que "cuesta encontrarlo en la literatura científica de Uruguay de los últimos treinta años".

Esto confirma, según Galiana, que los niños infectados "son solo la punta del iceberg" de un mal mayor que "nos tomó por sorpresa".

Con estigma.
La imagen de un artista tosiendo sobre un pañuelo —a veces manchado de gotas de sangre— su posterior debilitamiento, la fiebre y muerte es un clásico de las películas que retratan la bohemia previa al siglo XIX. No en vano a la tuberculosis se la llamaba la enfermedad de los artistas. También fue conocida como "la plaga blanca", por los estragos que había causado en la Europa de la revolución industrial, y las abuelas le decían "tisis".

Desde que es curable y prevenible —en parte con la ayuda de la BCG, esa vacuna que deja la marquita en el brazo—, la tuberculosis carga con el estigma de ser la enfermedad de las cárceles y los pobres. Es que su prevalencia aumenta en quienes viven hacinados, mal alimentados y en lugares con mala ventilación —porque el contagio es por vía aérea.

Ese estigma hace, según los médicos, que el paciente no quiera admitir que tiene un familiar preso o que su vecino tiene tuberculosis, y que los propios médicos se hayan ido privando de preguntar por las condiciones de vida y los contactos de quienes sospechan podría tener la enfermedad.

Como la enfermedad había descendido y "no trae votos", se le "dejó de dar importancia", advierte el médico y diputado Luis Enrique Gallo. Los gobiernos "fueron cortando los presupuestos" destinados a la prevención, la facultades de Medicina "dejaron de hacer énfasis" en la formación, la ciencia "abandonó la investigación y sigue usando las mismas drogas y vacunas que hace 60 años", y la sociedad "dejó de prestar atención porque los pobres son los más perjudicados".

El legislador Gallo integra el Frente Parlamentario contra la Tuberculosis, una agrupación de representantes creada en 2016 ante la "inaceptable y preocupante" cifra de mortalidad por tuberculosis: dos millones al año.

"Es cierto que hay un fenómeno global, pero Uruguay no puede descansarse en esa excusa", dice el pediatra Galiana. "Las condiciones de vida de la población uruguaya son muy distintas a la de África, es un país pequeño, la máxima distancia de norte a sur son 600 kilómetros y casi todas las personas tienen cobertura de salud… aquí la enfermedad no debería aumentar a este ritmo".

De hecho la tasa de afectados en el país está por encima del promedio regional y en algunas zonas específicas de Montevideo —como en el Cerro y Casavalle— se está en los niveles de Iraq o Burkina Faso: más de 50 infectados por cada 100.000 habitantes.

Galiana es autocrítico y admite que los médicos han bajado la guardia y dejaron de buscar la enfermedad. También piensa que la Lucha Antituberculosa no está siendo tan efectiva en controlar los contactos de los enfermos. Pero sospecha que la concentración de casos en algunas zonas está ligada "a problemas" del sistema penitenciario.

"En las cárceles de Uruguay hay demasiada tuberculosis. Los presos entran y salen. Los hijos visitan a sus padres presos. Y una horita con el niño al lado, o en brazos, y el papá tosiendo es más que suficiente para que haya un contagio".

Según la directora general de la Salud, la epidemióloga Raquel Rosa, la situación "todavía no es desbordante". Pero Galiana es más enfático y pide a sus pares médicos que "abran los ojos". Lo dice con un ejemplo: "Hace poco me llegó el caso de un bebé de Maldonado que tenía tuberculosis, se la había trasmitido su madre desde el embarazo. ¡Desde el embarazo! Con todos los controles que deberían haber, es inadmisible".

Lo positivo —si es que hay algo positivo— en la tuberculosis pediátrica es que "si se agarra el caso a tiempo, el niño suele tener una tolerancia al tratamiento mejor que los adultos". Para ello, dice Galiana, el "médico tiene que sospechar, debe preguntarle a la madre si estuvo en contacto con personas presas o con tuberculosis, el sistema tiene que actuar rápido y luego tiene que darle seguimiento a que el niño consuma todos los antibióticos todos los día, sin falta".

Mutualistas "tienen que hacerse cargo"
Cuando la tuberculosis era excepcional, la Comisión Honoraria para la Lucha Antituberculosa se podía hacer cargo de la situación. En sus laboratorios se analizan las expectoraciones que confirman o descartan la presencia del bacilo, y sus médicos observan las radiografías de tórax. Desde allí, además, se hace un seguimiento de las personas que estuvieron en contacto con el infectado. "Pero ahora que las cifras son mayores, a la tuberculosis hay que tratarla como una enfermedad más y las mutualistas tiene que hacerse cargo", dice la directora general de la Salud, Raquel Rosa. De ahí que el Ministerio de Salud haya iniciado el año pasado "una lenta transición" para que los prestadores hagan la detección temprana de la tuberculosis. Es que "la Lucha Antituberculosa había quedado aislada del Sistema Integrado de Salud y eso era un grave error", señala el médico y diputado Luis Enrique Gallo. "Como cirujano pediátrico atiendo pacientes, los opero por una tuberculosis y luego me desentiendo totalmente porque siguen el tratamiento fuera del prestador, eso está mal", cuenta el legislador. Eso sí: tanto él como el resto de los médicos aclaran que "la población no tiene que salir a buscarse la enfermedad", sino que son los profesionales los que deben sospechar y pedir los exámenes.

Fuente: El País





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