Estos son tiempos de siembra. Escribe Saúl Piña
El 22 de julio de 1873 nació en el seno de una familia patricia, un excepcional ciudadano que fuera el primer presidente del Partido Nacional. Se trata de Luis Alberto de Herrera Quevedo Antuña.
Un auténtico caudillo cuya fuerte personalidad dejó profundas huellas en el camino de la política uruguaya del siglo XX. Con esa capacidad que tienen los elegidos, supo mirar el futuro de su partido después de la muerte de Aparicio Saravia, asumiendo que se deberían introducir cambios fundamentales en función de los nuevos tiempos.
Contando con el ferviente apoyo de otros blancos, se echan las bases para un Partido Nacional renovado y actualizado en su pensamiento, pero sin perder la vieja tradición en la defensa de la legalidad y las garantías electorales.
Estos orientales avizoraban los cambios que se aproximaban, con el surgimiento del despotismo y de nefastas ideologías que traían vientos ajenos a estas tierras, y que tenían como objetivo el sometimiento de los pueblos y el debilitamiento de la democracia.
Herrera gravitó profundamente en la vida institucional del país y como todo actor político tuvo aciertos y errores, fenómeno muy natural en los seres humanos que no ven pasar la vida desde la cuneta, sino que toman participación y compromiso en la actividad que pueda resultar de importancia para la colectividad.
Herrera—como Don. José Batlle y Ordoñez—fue un líder con la capacidad de interpretar las señales de los tiempos que corrían y de ver un poco más lejos que la mayoría de sus contemporáneos.
Es bueno conocer el pensamiento de Herrera, en estos tiempos donde los intereses del país en materia de política exterior, se condicionan a lo
ideológico. Sostenía en aquellos años, que el Uruguay debería relacionarse con sus vecinos, pero también con el resto del planeta, anteponiendo siempre los intereses nacionales patrióticos, en la defensa del derecho básico de los pueblos de vivir libres de sojuzgamiento algunos, por sobre todo otro factor.
Como viejo dirigente, Herrera sabía que en la relación entre países no hay amigos y lo que prima son los intereses económicos por sobre lo ideológico.
El Dr. Luis Alberto de Herrera falleció pobre materialmente, pero muy rico en acciones de nobleza y responsabilidad, transitando las sendas de la política, sin perder la dignidad, la ética y la honradez.
Se trata de un ejemplo que tiene vigencia en todo tiempo. En esta reciente instancia electoral, han surgido algunos hechos lamentables—incluso entre correligionarios del mismo partido—y también gruesas descalificaciones a los ocasionales adversarios lo que no le hace nada bien al sistema político, dejando en evidencia de que hay otros intereses que priman por sobre los de la República .
Es por eso oportuno rescatar figuras como las de Herrera, como manera de elevar el nivel, fortaleciendo el espíritu y la disposición de respetar al otro en sus ideas, abrir la mente y el corazón, para escuchar en actitud creadora, el trozo de verdad que seguramente contienen sus aciertos y también sus errores, pensando más en los muchos que en los pocos.
Debemos recordar en estas etapas donde se intenta dividir, que lo que más separa a las clases sociales, es su calidad de sentimientos y su voluntad o ceguera para la justicia, la verdad y el sentido fraternal hacia nuestros semejantes.
Estos son tiempos de siembra, teniendo presente que la unidad, superando diferencias o matices de estilos y actitudes, es un bien esencial a toda fuerza política que pretenda destinos mejores para el Uruguay de los uruguayos.
-Que el mejor pasado se ponga en favor del futuro.