Escribe Luis Alberto Martínez Menditeguy. Ensillé el tordillo y salí al trote a dar una recorrida por los parajes cercanos, recién despuntaba el día, crucé la cañada, y me dirigí al Paso Aguirre, lugar con encanto si los hay, arroyo Antonio Herrera baña sus laderas, sus aguas corren mansamente como si no quisieran irse del pago.
Despacio me fui acercando, reconociendo casas y taperas, como sin querer me encontré frente a la Escuela 59; miré ese edificio donde hace unos años una turbonada le voló el techo. La tranquilidad y el silencio se hicieron dueño del lugar, claro estamos de vacaciones, que chambón, pensé, pero, enseguida, se arrimaron viejos vecinos y me contaron la realidad…
"Este año no abre la Escuela, no hay gurises" ¡La pucha!, fue duro escuchar esa frase. Me invitaron con un amargo, desensillé bajo un paraíso y agradecí la invitación que luego fue acompañada de un puchero de espinazo de capón y muchas verduras.
Después del postre casero, un catre para dormir la siesta, y luego de una pestañada, ensillé y dando los saludos correspondientes volví a desandar el camino.
El sol ya lo tenía a mis espaldas y me propuse llegar antes del anochecer a la Escuela 78, la Elías Regules, cercana a la Parada de la vía del tren. Mi recorrido era por taperas donde algún día se criaban gurises. Hoy los talas y algún ombú son crudos testigos que en esos lares hubo familias residiendo.
Al atardecer arribo a la Escuela 78, la observo, ¡linda está! pintada, arreglada, conservada, pero con la espada de Damocles sobre ella: "Este año un sólo niño va a tener la escuela", me comenta un vecino que, sin bajarse del caballo adivina mi pensamiento. Ta brava la cosa, reflexioné.
Ahí mismo desensillé, le di agua al tordillo y bajo un anacahuita armé un fuego y preparé el amargo. De la maleta saqué una paleta asada que llevaba, una galleta y disfruté una cena bajo el cielo estrellado en el mejor restaurante que hay a cielo abierto.
Al otro día, aún no había salido el sol cuando ya trotaba rumbo a la Escuela 47 de la Colonia Rossell y Rius, pueblito con grandes sentimientos de los pioneros colonos.
A media mañana voy llegando, caserío, estación de trenes, galpones, policlínica, capilla, casas recicladas y nuevas, alguna tapera y aljibe como vestigios de viejos recuerdos, seccional policial y la Escuela 47, cuyo nombre es Luis Ramón Igarzábal.
Me dirijo hacia ella y la observo hermosa, pintura blanca y verde, muestra el interés de maestra y comisión de padres, el Ibirapitá enorme da una sombra fresca y generosa como José Artigas y alrededor la gran obra de don Alberto Gallinal: las casitas de MEVIR. Entonces recuerdo aquella sentencia de un gurí cuando su padre recibió la vivienda: "ahora es lindo ver llover de adentro". ¡Si habrán pasado penurias!.
Recorro y mientras miraba un invernáculo se acerca una doña y luego del saludo de rigor me dice "cuando yo vine a la Escuela éramos más de 100 gurises y tres maestras. Y ahora, este año, sólo hay ocho niños y una maestra"... Sentí que el pecho se me abría, me dolía ¿cómo podía haber únicamente ocho alumnos si ahora la escuela tiene todas las comodidades? Hay internet, luz eléctrica, televisión, computadoras, plan Ceibal, caminería accesible, frezzer, y así, enumero cada una de los electrodomésticos que cuenta el centro escolar. Claro, falta lo más importante, no hay materia prima, no hay niños.
Los padres, los jóvenes ya no se aquerencian en el medio rural, hoy residen en los pueblos y ciudades y viajan a diario en moto a trabajar si es necesario a los establecimientos agropecuarios. Entonces razono, ¡dura realidad para estas zonas rurales y como éstas también están otras parecidas como Las Palmas, Cerrezuelo, Malbajar, Farruco, Ceibal, y tantas otras escuelitas rurales donde ya no hay ni palenque para atar los caballos si no hay gurises para montarlos.
Febrero 2020 . Colonia Rossell y Rius.
Luis Alberto Martínez Menditeguy (LAMM)