El Uruguay tiene una larga y valiosa historia de ciudadanos que han obtenido especial destaque en las más diversas disciplinas, producto de un sistema educativo, donde docentes de elevado nivel sembraron semillas de marcado valor, que encontraron tierra fértil para su desarrollo. Ha sido una valiosa historia que indica claramente que este país sazonó su identidad con la estructura lógica del ideario artiguista, que siempre será superior de otras ideas plenas de dogmatismos que andan volando como hojas secas en una tormenta.
La gran empresa de nuestros antepasados fue instrumentar un sistema educativo, por medio del cual se facilitaba, la creación de un hombre que fuera señor de sí mismo, que buscara la luz de la verdad valorando fundamentalmente sus derechos, sus deberes y que fuera respetuoso de los códigos de convivencia ciudadana.Este país –y es buena cosa que los jóvenes lo sepan—hizo que las acciones de ilustres ciudadanos le confirieran galardones en el exterior, ubicándonos en la cúspide de la admiración, laureles que no pueden ser olvidados.
Estos son nuevos tiempos y algunas cosas han variado, seguramente por imperio del populismo, de la globalización y por el poco sentido de la tradición en nuestro país, un valor básico, que no es la adoración de las cenizas, como algunas corrientes afirman, sino que es la trasmisión del fuego, que produce la luz que alumbra el auténtico y fraterno futuro para los uruguayos.
El 3 de diciembre de 1958, fallecía Carlos Vaz Ferreira, un ciudadano ilustre, que fue un verdadero señor del más fino metal y ejemplo de aquellos tiempos de oro del Uruguay.
Cursó estudios obteniendo el título de Maestro, ingresando luego a la Universidad de la República donde se graduó como abogado en 1903. Su vida la dedicó fundamentalmente a la enseñanza y al estudio de la misma, donde puso el máximo de sus energías creativas. Ejerció su condición de Maestro con la profundidad de su pensamiento, con claridad expositiva, con talento superior y con su modelo de vida ejemplar y fecunda, de profundo compromiso con sus semejantes.
Con 25 años de edad logra por concurso la cátedra de Filosofía en la Universidad de la República. Sus aptitudes personales permitieron que las autoridades de gobierno lo designaran en importantes cargos de la enseñanza pública. En aquellos tiempos los valores y conocimientos personales, era lo más importante para ocupar cargos de responsabilidad en la cosa pública.
Vaz Ferreira nos dejó una labor bibliográfica muy fecunda, reflejando en ella su pensamiento en las diversas materias que el mismo abarcó: filósofo, sociólogo, crítico de arte y moralista. Tal era su prestigio que Unamuno, decía: ”sus libros parecen más que escritos hablados y a través del libro se oye la voz del profesor”.
Como filósofo logró un estilo propio y original y de peculiar vigor expresivo. Fue un humanista auténtico guiado por nobles idealidades de perfección individual y de un justo y equilibrado ordenamiento social. En su enseñanza priorizaba en los individuos y pueblos, los valores éticos y de la libertad, predicando la integridad moral, condenando todos los dogmatismos.
En estos tiempos donde los valores transitan por sendas de extravío, surgen seres, cuya trascendencia quedará en el olvido en la historia de este país. Es bueno por eso recordar ciudadanos que han dejado el mejor de los recuerdos, como Vaz Ferreira, que abrieron surcos fecundos de nobles aspiraciones y de integridad moral, con una reserva de pensamientos plenos de espiritualidad, sembrando ejemplos de armonía y fraternidad entre los orientales, contribuyendo a guiar la conducta de generaciones que hicieron grande al Uruguay. IR A PORTADA