El martes 16 de abril, 17 familias que vivían en los alrededores de la zona Terminal Rodó y el extremo de la calle Herrera encontraron refugio en las nuevas viviendas del barrio Moroni, situado en las proximidades del Bioparque de Durazno.
En los días previos, las autoridades advirtieron a través de los medios de comunicación sobre la inminente demolición de las precarias construcciones que sirvieron como hogar a estas familias. El propósito era claro: evitar que personas en situación de calle o delincuentes buscaran refugio en estos espacios vulnerables.Pero, entre el anuncio y la acción, el tiempo parece extenderse en una pausa dilatada. La imagen capturada muestra que las edificaciones aún desafían la gravedad. ¿Qué detiene el paso del 'martillo' que debería hacer trizas estas vetustas paredes?
Al parecer, las autoridades, inmersas en un mar de aspectos legales, aún afinan los engranajes de su proceder, postergando el acto final de desaparición.