Uno de los factores básicos que contribuyeron a la auténtica identidad nacional se basó en hombres y mujeres que vinieron de lejanas tierras, que nos legaron los misterios y el encanto de su diversidad, pero con la firme consigna de aportar trabajo y respeto a las normas del país que les daba cobijo.
El cometido fue logrado con creces y, sin perder la identidad de sus ancestros, enfrentaron con hidalguía los escollos que se presentaron. Fueron duros con la adversidad, que más que vencerlos los fortalecía, pero también fueron muy nobles con la fortuna.Entre los años 1860 y 1920, fueron alrededor de 600.000 los europeos que ingresaron al Uruguay, acariciando el sueño en su tierra de origen de tener trabajo, formar familia, sin exigir nada del Estado, y con espíritu noble y sacrificio, hicieron realidad sin conocerla, la sabia sentencia de Artigas: “No esperéis nada si no es de vosotros mismos”.
Qué bien nos haría a los uruguayos reflexionar y recoger la valiosa enseñanza del desafío que nos dejaron aquellos colonos suizos. IR A PORTADA
El 21 de noviembre de 1861 un grupo de familias suizas de los cantones alemanes arribaron al Uruguay, desembarcando en la orilla del arroyo Rosario en Colonia. Quedaron sorprendidos de la potencial riqueza de estas tierras. El líder del grupo, Maestro Elías Huber, expresó: “Quien no prospere en estas tierras, será un inútil”. Iniciaron sus labores con arados de madera, logrando cosechas de excelencia, formando una colectividad que con los años se conoce como: “Colonia Suiza”.
En el año 1868 importaron la primera trilladora mecánica y en 1869 iniciaron en el Uruguay la industria quesera, que posibilitó la exportación, en un fenómeno comercial que no se daba. En el año 1874 el colono Juan Sturzenegger elaboró la primera sidra nacional.
El nivel de producción alcanzó tanto cantidad como calidad en ganadería, apicultura, lechería, quesería, fruticultura y cereales, consolidando una clase media rural, que fue la primera que se conoció en el país. Otro hecho que corresponde destacar es que la colectividad suiza mantuvo con el transcurso de los tiempos su identidad, sus costumbres, sus ideales, el compromiso con el trabajo; valores que hoy tienen total vigencia en esa comunidad.
Como merecido premio al esfuerzo de aquellos pioneros, sus descendientes gozan de un sentimiento afectivo de los uruguayos, que les posibilitó prestigio social, político y económico en el escenario nacional. La defensa de la identidad es un valor fundamental en la vida de los pueblos y es un tesoro que los uruguayos no valoramos en su total dimensión, priorizando ideologías y actores de otros países, ignorando a los grandes hombres que, en todas las disciplinas de los quehaceres del país, han dejado su impronta de trabajo y compromiso.
En la plaza de Nueva Helvecia, hay un monumento que resulta todo un símbolo de la mentalidad que aún perdura en los vecinos de la zona. Se trata del monumento “El Surco”, inaugurado en 1942, que muestra claramente la fuerza y la razón de vida de los primeros colonos, basada en ese valor fundamental en la vida de los pueblos: el trabajo.