Teodoro Vilardebó: un uruguayo ejemplar, nacido un 9 de noviembre. Escribe Saúl Piña

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El 9 de noviembre de 1803 nacía en Montevideo Teodoro Vilardebó, quien fue un destacado médico, naturalista e historiador; en el dominio de esas ciencias, tuvo una contribución y un compromiso fundamental a las mejores tradiciones nacionales.

Graduado en Medicina en 1830 luego de presentar su tesis sobre las hemorragias arteriales traumáticas, y en Cirugía un año más tarde con un trabajo de doctorado relacionado con el aneurisma, regresó a nuestro país en 1833, siendo designado miembro de la Junta de Higiene, adoptando severas medidas para combatir la absoluta falta de higiene por parte de la población.

Montevideo en aquel entonces era un caos, producto de la pestilencia y falta de profilaxis que imperaba. El funcionamiento de cientos de las caballerizas y de tambos en plena ciudad, eran un foco contaminador. El Cabildo limitó a uno el número de perros que podía tener cada habitante y el Jefe de Policía, ordenó que las carretas que llegaban a Montevideo desde el interior, solo pudieran tener dos bueyes y no cuatro como era habitual, como protección ambiental.

Vilardebó estudió y propuso varios reglamentos en materia de política sanitaria; preocupado por el incremento de las enfermedades venéreas dispuso una medida insólita para aquella época: la obligación del carnet policial a las prostitutas, y el examen médico cada 15 días. Fue el creador del Reglamento sobre las enfermedades que originaban cuarentena, como: peste, fiebre amarilla, cólera y tifus. En aquellos tiempos Montevideo era refugio de muchos aventureros y el número de médicos truchos era elevado, como así también de los “curanderos”. 

No habían controles y se dice que era médico el que quería, y para colmo, los ciudadanos veían con malos ojos, todo intento de perseguir a los “matasanos” que ejercían su profesión de manera ilegal. Frente a este estado de cosas, Vilardebó, embistió con firmeza para arrasar con curanderos y comadronas, como así también con otras prácticas anticientíficas ejercidas por “espiritistas” y “mano santas”, arraigadas en muchos años de tolerancia y sin controles.

En 1856 Montevideo se vio invadido por una cruel peste de fiebre amarilla importada desde Rio de Janeiro, flagelando sobre todo la parte norte de la ciudad, y el sector portuario donde Vilardebó tenía su residencia. 

Con un apostolado sin límites, se dedicó en plenitud a la atención de enfermos con elevada devoción, ejerciendo al máximo ese valor moral que es el Humanismo, condición de la cual el recordado doctor Eduardo Calleri, decía que era una materia que en Facultad no se dictaba, pero que era tan vital como lo técnico en la profesión del médico. 

La fiebre amarilla arrasó y miles de personas fallecieron. El 24 de marzo de 1826, Vilardebó contrajo la fiebre, falleciendo a los cuatro días. Debido a la caótica circunstancia que se vivía por el impacto de la epidemia, los restos mortales del Dr. Vilardebó fueron confundidos de forma inexplicable, y nunca fueron individualizados. 

Su ejemplar trayectoria en la noble profesión, perdura como modelo de las mejores virtudes de la ciencia y el arte médico, comprometido y constante servicio de la causa pública.   IR A PORTADA 

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