Documentos milenarios aseguran que el espíritu es inmortal, guardando en si todos los sentimientos cultivados en el tránsito por la vida terrenal, porque estos no conocen fronteras, afirmándose que la vida es tan solo un viaje de ida, hacia un plano donde seguimos teniendo vida.
El 18 de enero del año 2016, se produjo el fallecimiento de Adolfo Alonso Castro, un querido vecino de Durazno, más conocido como “El Archicha”.Había nacido en un hogar muy humilde pero con una riqueza de elevados quilates: amor de familia y compromiso con el trabajo. Adolfo era dueño de un espíritu inquieto y siempre interesado en todas las cosas relacionadas con el arte y las expresiones culturales y plásticas.
Un dibujante de excepción, era la envidia de nosotros jóvenes como el, ya que en pocas horas lograba un buen jornal dibujando planos en el estudio del Agrimensor Rubén González Mazzini.
Nuestro vínculo de amistad se afirmó el Pequeño Teatro de Durazno, donde también compartí el escenario con su hermano Domingo. “El Archicha” era un personaje muy particular, siempre contento, sembrando sonrisas y teniendo como futuro de su joven existencia, ese valor fundamental para enfrentar la aventura de la vida: la felicidad, la que contagiaba a quienes conocía; un atributo humano envidiable, sobre todo en estos tiempos difíciles, donde la convivencia se hace difícil.
Una cruel enfermedad motivó su internación y días antes de su lamentable fallecimiento, lo visité en el Sanatorio, me confesó que no estaba preocupado por el futuro, tema sobre el cual ya lo tenía asumido.
Me dijo que estaba feliz por tres cosas que la vida le había otorgado: el tener dos hermosos hijos, el elevado número de amigos que lo visitaban y, finalmente que no le debía dinero a nadie. En mi memoria quedaron estos conceptos que fueron muy valiosos en la vida de Adolfo.
Siempre pienso en esa filosofía, haciéndome reflexionar que en el transcurso de nuestra existencia, le adjudicamos importancia a problemas que no lo son; pero para esto hay que lograr establecer un dialogo con nuestro templo interior. Adolfo era un ser inteligente con una buena dosis de energía positiva y durante sus años radicado en Brasil, como repuesta a su actitud solidaria, integró un grupo humano defensor de la libertad y la fraternidad, dos valores que fueron fundamentales en la brújula de su accionar. Si los gestos y actitudes definen con claridad la esencia mística de los seres humanos, seguramente resulte real y valedero, buscar en alguno de sus hechos diarios, la vertiente que nutrió aquel espíritu puro y sencillo, su eficaz labor en la vida cumplida con alegría y apreciada por todos los que lo conocieron y, que prontamente lo consideraron un amigo.
Ese fue Adolfo el que hizo de su existencia una fiesta. Poco antes de su fallecimiento, tuvo el privilegio de conocer su nieto. Mis gratos recuerdos de los tiempos del “Pequeño Teatro “compartiendo con aquellos como “El Archicha” que ya no están, pero que dejaron su mensaje de la nobleza de su amistad.